21 sept 2011

LONDRES 2011

--“Sí lo sé”, le respondo a la vendedora quien intenta convencerme que debo llevar ese vestido con los colores olímpicos y aprovechar los mejores precios a un año de los Juegos de Londres.
Caminar nuevamente por Picadilly Street siempre es una experiencia inolvidable. Detenerme una vez más frente a la imagen del Cupido alado y observar los anuncios de TDK y Sanyo que de acuerdo con algunos especialistas son los espectaculares más caros del mundo, incluso por encima de los que adornan Time’s Square, en Nueva York.
Todo es como lo recuerdo, porque una vez que pasaste por ahí es imposible olvidarlo. Sólo que esta vez Londres es quien no me recuerda… o mejor dicho, no me reconoce. Apenas ayer estuve aquí, pero el arreglo era distinto. Había venido a recibirme un primo que vive en Leeds en donde imparte la materia de Edificios Inteligentes a los alumnos del doctorado. Aprovechamos para comer, platicar sobre mi último mes en París, la experiencia del Barrio Latino, los recuerdos de la infancia, de su familia. Demasiada información para una tarde.
Antes de tomar su tren sólo me advirtió tener cuidado en el Barrio Chino y en los sex shops en donde gustan de timar a los incautos.
Nos tomamos fotos en Piccadilly  Circus y partió de regreso. Mientras yo caminé a mi bed and breakfast que por una especie de milagro encontré en Stratton St, una pequeña calle que hace ángulo entre Berkeley St y la propia Piccadilly.
En estos lugares no hay una sonrisa o alguien que diga bienvenido. Sólo alguna mujer entrada en años te dice que son 50 libras la noche (ese era el milagro, un precio increíble en esa zona carísima)  y te enseña tu habitación. La mía estaba en el segundo piso, color azul pizarra, con un pequeño armario y un baño independiente. Al ver mi equipaje la mujer pregunto si venía con alguien más, le respondí que no, aunque la realidad era diferente.
Pagué por adelantado tres noches y me advirtió que el desayunó era en el sótano, de 7 a 9.
Finalmente sola en mi habitación, con esa enorme maleta para tres noches en Londres. Corrí a abrirla y ahí estaba todo perfectamente acomodado. Antes de salir de París había dividido en dos maletas todo mi equipaje. En la primera, que se había quedado en el guarda equipaje en London Waterloo y que mi primo ya no vio, estaban todas mis cosas llenas de testosterona. En esta, mi   valija más preciada, todas las compras de Vania. Además de algunas calcetas y tres camisetas para poder cambiarme.
Empecé a acomodar mis vestidos, jeans, blusas en aquel pequeño armario de mi habitación azul. Los ganchos estaban muy lejanos de ser de lujo, pero finalmente podía poner mis compras a la vista, pues en París no había podido sacar todas mis compras por temor al qué dirían mis compañeros de trabajo. Aunque eso tampoco fue impedimento para darme algunas vueltas por la calle en la Ciudad Luz, pero eso lo contaré otro día.
No podía creer cuántas cosas había comprado en apenas tres semanas. Había cualquier cantidad de ropa, zapatos y accesorios, además de maquillaje como para arreglar a todo el Crazy Horse o el Moulin Rouge. Y seguro había detrás de todo eso una lista interminable de gastos que dudo que pudiera cubrir con los viáticos que había guardado.
Mi primer día sola en Londres y ya moría por salir a la calle. Aunque empezaba a oscurecer y preferí solamente salir a conocer bien la zona y sobre todo, a buscar en donde podría cenar por el menor dinero posible, y no digo barato, porque en Londres nunca encontrarás algo barato.
Salí a la calle y doblé en la esquina por Mayfair hasta llegar de frente a una embajada estadounidense un Holiday Inn Mayfair. Continué por Berkeley Street pasando por enfrente del increíblemente caro Nobu, que no, definitivamente no era mi elección para cenar, al menos no en estas fachas de jeans, camiseta negra deslavada y mis heróicos Converse que no importa lo que pase, siempre siguen caminando.
Realmente no es sencillo  cenar barato y encontrarme un Starbuks en la esquina con Lansdowne Road parecía la mejor opción, al menos la única todavía dentro de mi presupuesto y además no pensaba recorrer todo Londres buscando un fish and chips de 5 Libras.
De regreso en mi habitación azul me dediqué abrir cajas de maquillajes nuevos, muchos de ellos adquiridos en Sephora, que en octubre abrirá en México. Jamás había tenido tantas sombras juntas, aunque a fin de cuentas siempre eran de mis tonos favoritos, los ocres, los grises, los negros para mis adorados smokey eyes.
Todavía me di tiempo de hacer algunas pruebas, pero el cansancio me venció y me despertó el sol a las 8.49… con tiempo apenas para bajar corriendo al desayuno. Ahí estaba mi casera con ese gesto tan británico, ni se enojó ni se alegró de verme. Sólo siguió recogiendo los trastes de una mesa al fondo. Alcancé cuatro rebanadas de pan, dos frasquitos de mermelada, té y crema. No había mucho más y a decir verdad, aún llegando más temprano no había tanta variedad.
Me senté en un sitio que nadie había ocupado y salude a dos rubias alemanas que como es costumbre, no me devolvieron el saludo. Apresuré mi desayuno, me serví una segunda taza de té y regresé corriendo a mi habitación.
Esta vez no había pretexto. Una ducha larga y a preparar mi salida. Me decidí por un minivestido estampado con colores brillantes que había adquirido afuera de La Samaritana. Unas hermosas botas blancas que encontré en los “soldes”, Mis medias de lycra color nude. Y mi cabello más largo y ondulado. Esa parte era la sencilla, pero faltaba el maquillaje era lo más complicado.
Después de una hora y media de prueba y error finalmente el espejo me presentaba algo a mi gusto. Y pasé a las fajas y corsets para dibujar la mejor figura posible. Continúe con el arreglo hasta quedar como yo quería.
El día estuvo a punto de echarse a perder, pues no había pensado en mi bolsa de mano. Afortunadamente en los cierres exteriores de la maleta estaban los souvenirs de París y me encontré una minibolsa que quizá no combinaba al 100% pero era excelente para llevar mi dinero, mi cámara y mi pasaporte.
Una última mirada al espejo y tomé la llave de mi habitación azul. Los nervios de siempre, que además agradezco porque el día que me confíe cometeré errores. Y finalmente abrí la puerta para salir al pasillo que estaba vacío. Empecé a bajar despacio, no quería hacer mucho ruido pero cuál sería mi sorpresa de encontrarme de frente con mi casera en el primer piso, quien sin mostrar algún gesto de asombro, sólo atinó a decirme que a las 11 de la noche cerraba y si quería llegar más tarde tendría que dejarle 150 libras en depósito para tener una copia de la llave.
La verdad es que estaba tan sorprendida que sólo alcancé a prometerle que regresaría temprano y me salí a la calle, todavía sin creer que para ella seguía siendo su misma inquilina, nada había cambiado.
Y ahí estaba. Las 14:00 horas y yo parada en medio de Londres, en una pequeña calle en donde hasta ese momento me percaté que el edificio de junto estaba en construcción y los trabajadores entraban y salían cargando bultos de cemento y otras tantas cosas.
Los trabajadores seguían su ritmo, algunos se detuvieron para mirarme y decirme cosas que por los nervios no alcancé a entender. Aunque quiero pensar que hablaban en cockney y por eso, ni ellos mismos se entendían.
Poner el pie en la acera de Londres es un gran paso… para mi humanidad, fue como caminar en mi propia luna y después de la sorpresa retomé la confianza y arranqué hacia Piccadilly. Un par de calles y al girar a la izquierda me topé con el paraíso, claro el paraíso de los ricos: la famosa Marks and Spencer.
La verdad no pensaba comprar nada, pero una fuerza extraña me aventó dentro de uno de los almacenes más famoso de Londres. Y era tal mi éxtasis que por momentos me olvidé cómo iba vestida. La gente pasaba a mi lado, corrían de un lado a otro, las demostradoras de perfume me daban muestras. Y nadie si quiera volteaba dos veces a verme. Vania estaba libre en Londres, aceptada por la sociedad británica.
Claro, quizá algún morboso me veía dos veces, pero era más por verme las piernas. Por primera vez me olvidé de mí, de cómo estaba. Me dediqué a recorrer el almacén, uno a uno de sus pisos. Al final, sí ya sé que prometí no gastar, salí con una bolsa blanca que combinaba mejor con mi vestuario. Lo mejor de todo es que pagué con mi tarjeta de crédito y nadie preguntó por qué el nombre no ligaba con Vania.
Así que con ánimo recargado regresé a Piccadilly y empecé a caminar sintiéndome tan ligera y feliz que  se notaba en mi andar. Pasé frente al Ritz de donde salió aquella noche trágica Lady Di.  Un par de conserjes de elegante traje gris y gorra de conductor de limusina flanquearon mi paso y me sonrieron mientras seguía mi camino. Qué diferente se ve la vida desde 12 centímetros más arriba. La verdad… me sentía en las nubes. Y esta vez cómo nunca apliqué el dicho: Quizá no me vaya al cielo, pero unos tacones me acercan. Es más diría que me hacen ligera pues antes de darme cuenta ya estaba en Piccadilly Circus viendo embobada la figura alada, diciéndole que así me sentía.
Intenté sentarme en la escalinata pero hasta ese momento recordé mi fantástico corset que corta toda la respiración, además de que con aquel diminuto vestido y las elevadas botas seguro habría terminando perdiendo el estilo.
Me conformé con quedarme parada observando el centro del planeta. Y sonriente, porque era parte de un paisaje urbano que completaban a dos metros a mi alrededor un par de punks de la más pura cepa, una familia de algún punto muy al norte del planeta que eran tan blancos como armiños, una pareja de italianos que se gritaban y después se comían a besos, y tres japonesitas que… vaya… ellas sí me estaban mirando. Parecían arrancadas de los libros de manga, con un arreglo impecable. Eran como muñecas de cuento que con pasos temerosos se acercaron hacia mí y me pidieron permiso de fotografiarse y además preguntaban nerviosas en dónde había conseguido mi vestido.
Así que sin perder tiempo también saqué mi cámara, que era mi máximo orgullo, aunque lucía un tanto anticuada junto a las súper sofisticadas de mis nuevas amigas japonesas. Pero eso era lo de menos, pues era  photo time y nos lanzamos en una sesión que ha sido la más increíble de mi vida.
Sí ya sé, en este momento preguntas en dónde quedaron las fotos… bueno la memoria resultó contaminada y de esa tarde no quedó nada en papel, pero está tan vivo en mi mente que con o sin dinero el próximo año estaré ahí en Londres 2012.
Por cierto… del regreso al hotel y de las otras dos noches queda mucho por contar
Un beso
Vania!
vaniadesantiago@yahooo.com

18 sept 2011

EL PROCESO




Todo empezó un día de la nada cuando me sentía más tranquila que nunca. Un amigo me invitó a sumarme a un proceso para elegir a la nueva directora de una empresa que siempre ha sido mi mayor competencia.
La verdad es que no sabía qué decir. Sonaba atractivo, pero la realidad es que no había pensado dejar mi trabajo, el cual nunca podré llamar “chamba”, pues es algo que me apasiona y que además tiene todas las ventajas que puedas tener, como estar con el mejor equipo, y además te respeta como persona… tanto que me da oportunidad de conjugar mis dos vidas.
Pero el gusano de tener mayores ingresos siempre es poderoso y decidí meterme en un largo proceso que al final terminó de la mejor forma, yo sigo en donde siempre y ellos tienen lo que desean para seguir luchando entre nosotros
Me preguntarás a qué viene esto y qué tiene de interés. Bueno, suena extraño pero algo así me ha ocurrido en la vida. Un día le dije bienvenida a Vania y ella llegó para quedarse. Juntos hemos pasado los momentos más duros, y salimos adelante porque nos conocemos, nos aceptamos y nos complementamos.
También hemos vivido alegrías increíbles y se comparten al doble. Lo que no quisiera recordar son las deudas de sus compras sin control. Pero cuando veo sus fotos creo que bien lo vale.
Saber lo que quiero no ha sido sencillo, pero lo he conseguido y me he quitado culpas, porque sólo así puedes partir por este camino que nadie sabe por qué lo recorremos, pero si te aceptas como eres seguro será la mejor experiencia que puedas imaginarte.
Vania de Santiago
Septiembre 15, 2011
vaniadesantiago@yahoo.com