30 ago 2010

LA ESPERA
No importa la distancia, siempre volveremos a encontrarnos: Vania

--Hola-- me dice ella mientras acomoda el fleco de su cabello negro y clava sus ojos en el espejo. --Pensé que ya te habías olvidado de mí--.
Qué extraño, por más que lo intenté por años nunca pude olvidarla, aún sin conocerla. Pero desde el día que la vi sabía que jamás podría dejar de pensar en ella.
--No, simplemente tuve algunos compromisos, pero siempre estabas en mis recuerdos--, le respondí intentando que en mi voz no se notara la urgencia que tenía por volver a verla.
Sus ojos color miel brillan como cada vez que me la encuentro. Ese brillo que muestra su felicidad. Sus ojos enmarcados por el delineador negro alargan su mirada y le dan un aire de misterio. Es difícil saber qué piensa, pero es seguro que es feliz.
--¿Me regalas fuego?—me dice en una actitud casi despectiva. Parece no perdonarme. El haberla dejado casi dos meses sin visitarla es algo que no entiende. ¿Cómo puedo jurarle que la extraño si no la veo más seguido?
--Nunca deje de pensar en ti. Te traje muchos regalos-- le digo intentando conseguir su perdón.
Se hace para atrás en la silla mientras observa sus nuevos zapatos, tan altos que le dan una estatura que llama la atención de cualquiera. Con un tacón largo y delgado que logra que sus piernas se estilicen y se vean interminables. Y de un negro tan brillante que podría reflejarse su mirada.
No dice nada, pero no puede ocultar la satisfacción de ver cómo crece su colección de zapatillas. Es imposible entender ese culto que siente por los zapatos. Ya ronda un centenar, casi la mitad son negros, pero de alguna forma siempre encuentra un nuevo modelo que dice que jamás se imaginó y que debe tenerlo.
Y por alguna extraña razón basta que yo recuerde el brillo de su mirada a través del espejo para ser presa de sus deseos y cumplir con sus caprichos.
--¿Te gustaron tus regalos? Juro que pensaba mucho en tí, incluso antes que en mí--, le aclaro.
Ella no responde. Vuelve a acomodarse el fleco. Nunca le han gustado las fotos con la frente descubierta, piensa que de esta forma puede aumentar un poco el misterio de su presencia, porque siempre será una mujer sorpresiva a la que no le gusta conocer extraños. Aunque es sociable no cualquiera logra penetrar su coraza.
--Por favor revisa que mi cámara esté cargada-- me pide sin dejar de verse. Una vez más está lista para perderse por horas frente a la lente, una vez más no le importa nada más que encontrar la pose perfecta y poder capturarla.
Su arreglo parece impecable, aunque seguramente encontrará mil detalles que no le gustan. Para otros ojos puede lucir bien, pero ella nunca quedará complacida.
Sin levantar la mirada se pone de pie. Solo veo su espalda en el espejo y escuchó sus tacones caminar con firmeza, mientras en la mano derecha empuña su preciada cámara.
--Nunca dejé de pensar en tí-- murmuro, pero ella ya no me escucha. Está perdida en su mundo. Una y otra vez el flash estalla, pero no queda satisfecha con lo que ve. Más de una persona se ofrece ayudarle para tomar sus fotos, pero sólo en una confía y esta noche no está ahí.
Prefiere seguir intentándolo sola. Le avergüenza pedir que le ayuden. Le da pena que descubran que su vanidad no tiene límite y que se necesitan docenas de tomas para lograr una que le agrade.
Y en el fondo… le agradezco esa obsesión, porque cuando regrese frente a mí y poco a poco se desvanezca sólo tendré en mis manos ese recuerdo para mantenerla vigente, porque aunque ella no lo crea, nunca puedo olvidarla.
Al final de la noche vuelvo a buscarla en el espejo pero ya no está ahí. Sólo tengo en mis manos su cámara, el testimonio que me recuerda que no importa la distancia ni el tiempo, pues Vania siempre estará conmigo.

Vania de Santiago
vaniadesantiago@yahoo.com
Agosto 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario